De las cualidades de un Diesel se trasluce el genio de su creador. Rodolfo Diesel siempre supo que al hacer girar por primera vez el cigüeñal de aquella mole de hierro, sencillamente se había puesto en la vanguardia del progreso técnico. Rotulaba entonces, para la eternidad, su apellido en la agenda de la historia.
Diesel en 1883. Murió a 55 años en extrañas circunstancias |
Un día de julio de 1893, probaría su primer motor experimental —que supuestamente funcionaría con carbón pulverizado— apenas iniciados los ensayos, explota el manómetro y por un hilo Rodolfo conserva la vida. El fracaso lo hace más obstinado en su idea. Sigue trabajando febrilmente en el perfeccionamiento de su equipo. Unos meses después, el 17 de febrero de 1894, todo está listo para un nuevo intento.
Fue un momento de gran emoción. Rodolfo apenas alcanzó a ver el primer síntoma de vida en su motor. Sólo pudo percatarse que Linden, el viejo mecánico que lo acompañaba, había quedado en silencio, apretando con fuerza el gorro engrasado. Acababa de nacer la máquina que, en gran medida, impulsaría al mundo: el motor Diesel.
Sin embargo, la creación era todavía muy imperfecta. El inventor alemán no podía sentirse satisfecho. No fue hasta 1897 que logra construir un motor apto para ser utilizado a escala industrial. Este nuevo prototipo tenía 20 litros de cilindrada y desarrollaba una potencia de 20 CV a 170 r.p.m. La máquina superaba en rendimiento a todos los motores de la época, incluyendo a los de vapor. Diesel confesaría: “Tanto he superado todo lo que existe en la esfera de la construcción de maquinarias que ahora puedo afirmar, con seguridad, que marcho a la cabeza del progreso técnico”.
En 1899, se construyó en San Petersburgo un modelo de motor industrial, de encendido por compresión, muy económico y podía trabajar tanto con petróleo natural como con sus fracciones. Era una máquina mejorada, comparada a la de 1897, pero no actuaba bajo un nuevo principio. Era, en fin, un Diesel. Un equipo que funcionaba gracias a las conclusiones que Rodolfo había establecido primero.
Desde el comienzo de sus investigaciones y hasta que obtiene los primeros resultados (16 años después de la conferencia de Linde), tiene que sufrir la subestimación y las burlas de los pragmáticos y mediocres. En una carta escribió a su esposa: “...puedo aguantar todo lo que piensan de mí, pero sólo una cosa no puedo soportar: ¡cuando me consideran tonto!”. Consciente de lo que hacía, enfrentaba todo y seguía creando. Ya en 1894, cuando el triunfo era claro, su vida cambió.
Recibió muchos elogios, una villa en Munich, yacimientos petroleros en Galicia, y dinero en abundancia. Era el premio al esfuerzo de tantos años. Y por qué no, la recompensa del capital petrolero, por haber inventado una máquina que le reportaría grandes dividendos a los monopolios del petróleo, afectando a los del carbón. Comenzó a sentir, en torno a su persona, los efectos de la guerra entre estas dos fuerzas.
Hombre de gran rectitud y honradez, se afectaba demasiado por las calumnias, campañas, insinuaciones y ataques de que era víctima. Sus enemigos pretendían arrebatarle la paternidad de su invento. Alegaban que Diesel no había creado nada, que había robado ideas, que todo era un plagio a otros autores. El creador se sintió acosado y comenzó a vivir con gran tensión. Uno de los síntomas que más lo golpeaba era la pérdida de concentración. No lograba reunir fuerzas ni para continuar trabajando. Comenzó a viajar por Europa y Estados Unidos, buscando reafirmación y sostén. Aquel hombre que alguna vez afirmó que “el ingeniero todo lo puede”, no estaba —en cambio— preparado para enfrentar el mundo del mercado y ser centro, a la vez, de intereses monopolistas.
Su muerte a los 55 años, acontecida en extrañas circunstancias, todavía es un misterio. Realizaba la travesía rumbo a Londres a bordo del Dresde. Viajaba con un grupo de ingenieros. Algunos de ellos, ya cerrada la noche, lo despidieron en su camarote. Al día siguiente, Rodolfo no estaba. En la desembocadura del río Schelda, unos pescadores encontraron un cadáver, pero por alguna razón, no lo rescataron. Así desapareció Rodolfo Diesel, símbolo de la dedicación y el talento humano. Dejó de existir su alma pero no su obra. Los motores Diesel, como él previó, invaden el mundo y ayudan al hombre.
En la actualidad se utilizan para dar tracción a los más disímiles medios de transporte: barcos, locomotoras, tractores, ómnibus, camiones, automóviles, etc., reciben sus beneficios. También se emplean para hacer trabajar a los equipos estacionarios de riego y en la generación de electricidad. Podría ser interminable la lista de aplicaciones. Tantas, que hasta el propio Diesel quedaría boquiabierto.
Es cierto que el petróleo se agotará. Según estimados, en el mundo sólo quedan reservas para los próximos cincuenta años. Es decir, hasta mediados del siglo XXI —si no se descubren nuevos depósitos. Será muy difícil que la tecnología, dependiente del petróleo y sus derivados, logre sobrevivir. Por lógica, los Diesel tendrán que desaparecer cediendo su espacio a otros tipos de motores. Sin embargo, aunque así sea, no será tan fácil olvidar a la máquina que nos ha servido por más de cien años y todavía se desarrolla. Y mucho menos omitir al hombre que la concibió. Al igual que nosotros, las generaciones futuras tendrán una deuda de gratitud con él. Rodolfo Diesel seguirá siendo ejemplo. E inspiración. ▲
Colección Biografías / Radical Management
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